El viejo Pedro

 




Aunque las ciudades estaban cada vez más peligrosas, el viejo Pedro aún podía salir a caminar solo. El se daba cuenta que ya no tenía la chispa de hace algunos años, su entusiasmo había ido languideciendo a la par con su cuerpo,  múltiples señales lo estaban acercando a un final seguro. Pensó que lo mejor sería ir ordenando las cosas que nadie querría tener cuando él ya no exista: libros, muebles heredados, cuadros…,en fin; recuerdos que solo a él le conversaban.

La invitación para su partida estaba llegando casi sin darse cuenta, y asumía que en esa aventura..no podría llevar nada. Agradeció no estar en deuda económica con nadie  y si en lo moral causó daño, anheló el perdón. Caminó aquella tarde tranquilamente, meditando con las manos en los bolsillos, hasta que el sol le dijo: Hasta mañana Pedro. 

Con la luz del ocaso, observó el frontis de  su casa y se sintió agradecido...,pero al ingresar; por primera vez percibió un aroma a viejo…un aroma difícil de entender que lo hizo buscar la fuente del mismo…Dio con una caja que había estado siempre cerca, pero invisible…al abrirla, se iluminaron escuetos apuntes, una piedra de río, cartas de juventud y una fotografía de su nacimiento…de inmediato y sin mediar permiso, robustas lágrimas lo empujaron a dejarse caer en su gastado sillón...,fue feliz entre el llanto y los recuerdos que lo agasajaban…pensó que no era verdad aquello de que nacemos solos y morimos solos, porque él había llegado al mundo rodeado de personas que lo amaban y que también con el pasar del tiempo había prosperado en amigos y conocidos, por lo que reclamó justicia para sí mismo...no deseaba partir de la última estación solo, como si nunca hubiese ganado el amor de nadie…Alguien, como la mujer que lo trajo al mundo estuvo  en su llegada, por lo tanto; la vida debería permitirle la gracia de que alguien lo acompañe en el último viaje, aquél donde todos van sin equipaje.

Mirna Rudolph

Lago Ranco 

Chile

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